El otro día vi un vídeo y lo he colgado en la página de Facebook de Mi corchea chiquitita (podéis verlo aquí):
En él aparecen dos grandes violinistas, de esos que hacen conciertos y han estudiado muchísimo durante casi toda su vida, jugando con un violín. El juego consiste en tocar los dos a la vez el mismo violín. Uno toca en las cuerdas agudas la melodía del concierto de Mendelssohn en mi menor para violín y mientras el otro toca en las cuerdas graves el acompañamiento. Los dos con la mano puesta en el mástil pisando los dedos que necesitan y cada uno con su arco (que no sé como no se sacan un ojo). En serio, ved el vídeo, es increíble.
Si esa gente que sabe tanto juega con su violín, ¿no será necesario que los niños también lo hagan? En el vídeo a estos chicos se les ve disfrutar, se ríen cuando finalmente se equivocan y tienen que parar, y sin embargo luego los alumnos están en muchos casos obligados a tocar y medio enfadados. Sinceramente, creo que no puede ser.
Repasando apuntes de cursos de pedagogía que he hecho en algún momento me he encontrado juegos que no hago, por falta de tiempo en clase y porque mis clases suelen ser individuales, tengo que ver la forma de que algo cambie en mi horario para poder empezar a ponerlos en práctica. Estos juegos están basados, por supuesto, en el instrumento. Por parejas y en el mismo instrumento pueden tocar uno las notas y el otro el arco de canciones que hayan practicado los dos (o incluso escalas para hacerlas más divertidas), cada uno con su instrumento pueden tocar una canción alternando las frases sin perderse; se podría incluso hacer un juego parecido a las estatuas musicales, solo que cuando la música para tienen que continuar tocando ellos.
Y, aunque hay que trabajar duro y ser constante con el instrumento para tocar cada día un poco mejor, no todo tiene por qué ser serio y solemne en el estudio de la música.
¿Queréis jugar?
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